Amar incondicionalmente con Mindfulness

Para Marina (Barcelona, ​​10 de marzo de 1938 – 27 de agosto de 2014)

 

 

No felicité el último cumpleaños a mi madre, evidentemente yo no sabía que ese 10 de marzo de 2014 iba a ser el último, murió unos meses después. No la felicité porque estaba enfadada con ella, como de costumbre, era una persona muy complicada, se había separado de mi padre cuando yo tenía siete años y después de muchas relaciones fallidas vivía sola y se había convertido en una persona muy dependiente de mí, en todos los aspectos. Yo sentía su existencia como una carga demasiado pesada, hasta el punto de que ya no me compadecía ni empatizaba con ella. Para mí era más fácil y cómodo culparla por todo el dolor del pasado y mi malestar existencial actual que amarla y admitir que no me sentía capaz de afrontar tanta responsabilidad.

Un par de años después de su muerte, descubrí, demasiado tarde, que si le hubiera intentado amar de una manera más incondicional, las dos habríamos podido ser más felices, nuestra relación hubiera acabado siendo buena y yo no hubiera sentido tanta culpa cuando se marchó. Con el tiempo, y con mucho trabajo detrás, la perdoné por todos los errores del pasado, pero sobre todo me perdoné a mí misma por haber sido tan ciega.

Nosotros hemos tenido más oportunidades que nuestros padres para aprender aquello de lo que quizás no debe querer «mucho» sino saber amar «bien», ahora somos más conscientes de que debemos ser maduros e inteligentes emocionales, dedicamos una parte de nuestro día a día, o al menos lo deberíamos hacer,  a reflexionar sobre si lo que necesitamos nosotros entra en conflicto con las necesidades de quienes nos rodean, no siempre salimos adelante pero la teoría la sabemos.

Sé que es difícil amar cuando uno/a piensa que lo estando tratando mal, siempre existe la opción de dejar la relación pero también existe la posibilidad de que estemos haciendo interpretaciones o juicios erróneos de lo que nos está pasando. Os pondré un ejemplo muy claro y actual, imagináis que su pareja ha tomado una decisión que considere muy egoísta y que por tanto, como si de una guerra se tratara, vosotros pase a contraatacar con algún tipo de comportamiento vengativo que sólo traerá más problemas, menos comunicación y finalmente se convertirá en enemigos. Estos tipos de relaciones son lo que a veces llamamos relaciones de pareja o relaciones de amor romántico.

Pues bien, el amor debe ser otra cosa y me refiero a cualquier tipo de amor, no sólo romántico, las personas vivimos con miedo a ser heridos por aquellos a los que amamos y esperamos recibir de ellos lo que creemos que nos hará felices pero quizá, no le dediquemos tanto tiempo a descubrir las carencias y conflictos que esconden los comportamientos que no nos gustan de nuestros seres queridos.

Solemos, por tanto, culpar a nuestra pareja de no ser felices, como también lo hicimos un día con nuestros padres porque es más fácil culpar a los demás de nuestras frustraciones y sufrimientos, que hacernos totalmente responsables. Cuando nosotros no somos capaces de ser nuestro propio centro de atención, exigimos serlo a los demás, les pedimos que nos tengan en cuenta, que nos entiendan, que nos respeten hasta que acaba convirtiéndose en un listado de deseos insaciable.

En las relaciones también ocurre que no paramos de interpretar el presente tal y como pensamos que debe ser. Si según nuestra perspectiva el otro/a no actúa como debe, no nos sentimos queridos y creemos que lo que vivimos no es correcto, cuando en realidad olvidamos que esta interpretación se basa en una experiencia propia, limitada y sesgada. El resultado final es que esta niebla que rodea nuestros pensamientos egoicos nos impide observar al otro/a con una mirada objetiva, honesta y comprensiva y nos hace incapaces de amarlos/as por lo que son sino por lo importantes que son o felices nos hacen sentir.

Quizás sería más sano intentar adentrarnos en las relaciones viviéndolas en el presente, evitando juzgarlas en base a nuestras experiencias del pasado o evitando sentir miedo al daño que nos puedan hacer en el futuro, es la única manera de disfrutar de ellas.

Mi madre tenía muchos defectos, pero también tenía muchas virtudes como ser humano, nunca la miré desde ese ángulo. Con los años y sin estar presente, me enseñó dos cosas muy importantes, la primera es en no ponerme límites en la vida, creo férreamente que podemos conseguir todo lo que nos proponemos, y la segunda, que los seres más imperfectos pueden ser también los más maravillosos. Nunca le di las gracias por enseñarme tantas cosas, aprovecho ahora por felo, gracias mamá, te echo mucho de menos…

 

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